Jorge tiene siete años y su madre cuenta que, a menudo, parece que sea dos niños distintos. Le encanta estar en casa, le apasionan los dinosaurios y los animales. Cuando está con su familia habla por los codos y no para quieto ni un instante, cuando coge confianza con las visitas disfruta charlando sobre las características del tiranosaurio y la organización social de las hormigas. Sin embargo, en otras situaciones se comporta de una forma bien diferente: guarda silencio, se queda quieto y sin expresión cuando le hablan directamente. No participa en actividades, aunque se le den bien o no contesta a preguntas, aunque sepa la respuesta. Aunque le gusta mucho jugar con su amigo Salva, se queja cuando en el parque se acerca algún niño nuevo, le cuesta un tiempo empezar a estar cómodo con sus primos, a los que ve de vez en cuando, y en la extraescolar de inglés sus profesores cuentan que le costó más de medio curso empezar a relacionarse con sus compañeros.
Jorge es un niño introvertido. Su energía natural, su percepción y sus decisiones fluyen hacia dentro, hacia su mundo privado de pensamientos, sentimientos e ideas. Un exceso de actividades o un ambiente demasiado estimulante le agotan. Pero, además, es tímido: se muestra temeroso ante interacciones con personas poco conocidas. A menudo quiere establecer contacto, pero le supone un esfuerzo descomunal.
Si tu hijo, como Jorge, es tímido, puedes hacer mucho para ayudarle a relacionarse mejor con los demás.
En primer lugar, valora su timidez como una característica de su personalidad que tiene algunas cualidades muy positivas. Los niños tímidos, por ejemplo, suelen tener una gran imaginación y entretenerse con cualquier cosa, a menudo son más reflexivos y actúan de una forma más cuidadosa ante situaciones nuevas o peligrosas. Acostumbran a tener menos amigos, pero estos lo son para toda la vida. Se toman su tiempo antes de actuar, pero se involucran a fondo en los proyectos que emprenden… Todas estas características hacen del niño tímido una persona con gran potencial, siempre que aprenda a valorarse y a ser consciente de su propio temperamento.
También evita por todos los medios (es difícil, lo sé) ser su voz ante los demás. No hables por él ante los desconocidos: «el colegio, muy bien, ¿verdad, cariño?»; ni le obligues a contestar: «no ves que te están hablando, ¡contesta!». Tampoco le pongas en evidencia delante de los demás: «es que es muy tímido, no hay forma de que salude a los vecinos, no sé ya qué hacer con él». Intenta explicarle que para los demás es importante recibir una contestación cuando se dirigen a él y que puede hacerlo con una sonrisa, con un gesto de la mano o asintiendo o negando con la cabeza.
Puedes ayudarle teniendo paciencia y aguantando el silencio con una sonrisa. Normalmente es la otra persona la que lo acaba llenando, no te preocupes. Puedes utilizar el humor «Valentina tiene la mejor sonrisa en diferido del mundo, cuando menos te los esperes llegará», también puedes empatizar con tu hija y mostrarle tu confianza en que cada vez lo hará mejor: «a veces cuesta contestar a los desconocidos, es normal, no sabes muy bien qué decir… seguro que poco a poco lo harás mejor».
Ante situaciones nuevas no le empujes lejos de ti, ni le fuerces a actuar antes de que esté preparado. Normalmente, los niños tímidos necesitan un tiempo de «observación» antes de involucrarse en una actividad nueva. Dáselo. Puedes ofrecer tu ayuda: «¿qué te parece si te acompaño hasta los columpios?», para ir retirándola poco a poco.
También es importante explicar lo que va a ocurrir antes de un acontecimiento social. Describir qué pasará, que harán los demás, cómo está organizado todo…. Recordar otras situaciones parecidas puede ayudar. No hay que crear falsas expectativas (verás como haces un montón de amigos), pero sí ofrecer una visión positiva (seguro que encuentras a algún niño simpático al que le gusten los dinosaurios tanto como a ti).
Es fundamental mostrar confianza y no compararlo nunca con otros niños, sino consigo mismo teniendo en cuenta cualquier logro o avance: «te acuerdas de cuando no decías “hola” al entrar al cole, ¡ahora lo haces fenomenal!»
Y si la cosa sale mal… intenta no hacer reproches, críticas ni comentarios que le hagan sentir culpable, sino apoyarle y darle ánimos. Buscad juntos qué cosas puede hacer de forma diferente en otra ocasión similar.
Cuando la timidez es excesiva puede llegar a convertirse en un verdadero problema para el niño, por su sufrimiento ante cualquier interacción poco familiar, y para vosotros que le veis perderse ocasiones de disfrutar por su inseguridad. En casos más extremos puede desembocar en mutismo selectivo o en una fobia social, trastornos que deben ser abordados desde la psicología infantil. Pero la psicología también puede ayudar a los niños tímidos que no han desarrollado ningún trastorno: mediante programas de habilidades sociales, dándole recursos para relacionarse con los demás, practicando técnicas de relajación para hacer frente a la ansiedad que les producen estas situaciones y ayudando a las familias a favorecer su autoestima.